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Conversatorio sobre el arte


Norberto Chaves, uno de los mayores teóricos del diseño en la actualidad, realizó en la Escuela de Artes Plásticas un conversatorio sobre el arte, enfocado hacia los estudiantes de Historia del Arte, pero de interés para las personas de cualquier otro campo. Su elocuencia y dinamismo hicieron de no solo de este conversatorio, sino de la charla de la cual se hablará más adelante, un tiempo de valiosísima reflexión sobre la situación del trabajo que realizan las personas que integran la comunidad artística y del diseño. Más ampliamente, fue casi una orientación en la difícil labor de encontrarnos en un contexto que ha roto la posibilidad de establecer una definición.

En esta charla, una palabra clave fue “cultura”. Según Chaves, la cultura es comunicación. Es un umbral que se abre para transmitir al público una serie de ideas, las cuales logran influir en la identidad de los pueblos. Es un concepto totalmente arraigado a un determinado tiempo, lugar y a su gente. Por supuesto, al ser estas sus condiciones, ha cambiado.

Desde este punto de vista, analiza la situación de la cultura hoy, pero antes llevándonos a la percepción de este concepto en épocas anteriores. En la historia del arte podemos encontrar múltiples ejemplos de artistas al servicio de la corona, la burguesía o la Iglesia. La cultura era un símbolo de diferenciación, era poder. Al aparecer el capitalismo, el poder se traslada a otras esferas y por lo tanto, cambia la sociedad. En medio del cambio, la cultura queda rezagada por el atropello sufrido en manos del progreso.

Llegamos al contexto del Siglo XX, “problemático y febril”. Y muy bien hizo él al referirse al tango “Cambalache”, pues este período no es más que esto. Un vaivén de viejos y nuevos conceptos, todos mezclados a favor del caos. Ante los horrores de las guerras mundiales y de una identidad confusa, la cultura y el arte se cuestionan a sí mismos. Si bien se producen muchos movimientos de ruptura y transgresión, estos son conceptos que vienen desde antes del período. Sin embargo y como ya se citó antes, el arte se desplaza de su papel de manifestación del poder. Esto es lo que marca la raya divisoria entre el “cambalache” del Siglo XX y las épocas anteriores.

Se ha dictado la regla del consumo. Como buena noticia, el artista ya no tendrá al mecenas encima de él, restringiendo la subjetividad. El artista se vuelve el compositor de sus propias obras. Como mala noticia, “la cultura es lo contrario al consumo”, como bien dijo Chaves. Porque la cultura reconstruye al sujeto, a ese sujeto que, citando de nuevo lo bien dicho, solamente “devora y caga”. Ya el arte no se necesita para la dominación. Entonces, ¿para qué se necesita?
Primero hay que empezar por aceptar al arte en el lugar que lo han puesto. Si este, dentro del modelo actual, se ha bajado de su megalomanía, ¿adonde se le ubica? Hay muchas preguntas que responder, pero toda pregunta tiene la bondad de la diversidad. Talvez en este fenómeno cada creador pueda encontrar, con sus respuestas, su definición dentro de la “desdefinición” característica de nuestra época.

Aunque el concepto de “desdefinición” suene negativo en un principio, se le pueden hallar sus aspectos positivos. Al abrirse los límites del arte, al haberse cuestionado a sí mismo, este se vuelve horizontal. Ya no es ese fetiche intocable y bendito, de incuestionable y único significado. “El arte ya no es una cosa, es una experiencia”. El público siente con el artista, desmenuza la obra con los sentidos, la vive. Se destruyen los pedestales del artista como genio, de la obra como manifestación divina, del arte como cosa inalcanzable, incomprendida. ¿Y qué queda tras todo esto? Las respuestas que cada uno demos a las preguntas que se originan a partir de la “desdefinición”.

Pese a lo dicho anteriormente, es común que el arte se siga subiendo en pedestales. Ya por algunos artistas, que nunca supieron que las musas pasaron de moda. Ya por una gran mayoría del público, temeroso a que tras la frase “(inserte nombre de artista) no me gusta para nada” le lluevan piedras. Ya por el mercado, que sigue traficando el arte como si fuese una cosa. En resumen, por el vestigio de los mitos del pasado que siguen acechando en el “cambalache” intelectual del arte.
Ante esto, ¿cuál es la salida posible? Ser terrorista en contra del sistema del consumismo (que como ya sabemos, es el enemigo de la cultura). Porque como dijo con toda razón el Sr. Chaves, “si se es culto, se es autosuficiente, y si se es autosuficiente, se es terrorista”. Cada uno, como público o como creador, será responsable de la manera en la que quiera ser terrorista.



Diseño, ¿arte?


Ya dentro del marco de la Cátedra Francisco Amighetti, el tema de la charla fue la “famosa pregunta” de ¿el diseño, es arte?, la cual Don Norberto denominó una “enfermedad sin cura”. El eje de la charla está en la respuesta que diera un amigo de este: “no, es diseño”.

Pero, ¿por qué el diseño es diseño y no arte? Parece una pregunta de obvia respuesta, pero no en vano esta situación fue llamada una “enfermedad sin cura”. Talvez los mayores culpables sean los diseñadores, empecinados en la idea de que, al utilizar procedimientos artísticos para su trabajo (claramente comercial), su diseño pasa a ser arte.

Aunque resulte extraño dentro de la ya conocida “desdefinición” darle una definición al arte, parece adecuado llamarlo para nuestros efectos una “experiencia visual”. Algo más allá de ver, es también sentir. El arte “trasciende lo narrado”, “crea problemas”.

En cambio, el diseño contradice todo lo anteriormente citado. El diseño es una ayuda extendida hacia el ser humano para sentirse más cómodo en su entorno. Es la herramienta de ese abigarrado pensamiento actual de que hay que facilitarlo todo. Quedan afuera las experiencias, los vuelos poéticos. El diseño, al revés del arte, soluciona problemas, es más, es esclavo de ellos. Es una práctica productiva que lo abarca todo, todo está diseñado: desde la estructura de una licuadora hasta la imagen de la caja en la que venía embalada.

Así como la pone Norberto Chaves, es una idea fácil de comprender. Al ver una caja de leche, en ningún momento pensamos “¡oh, pero que obra de arte más magnífica!”. Esa caja es diseño, así como la imagen de las cajas de cigarrillos Job de Alfons Mucha era diseño (aunque ahora se nos pueda ocurrir que sean obras de arte). Sólo hay que pensar al diseño como un conjunto totalitario, que incluya lo más frío y no sólo lo más apto para ser comparado. Es ese “síndrome Toulouse-Lautrec” al que Chaves se refería. Claro que ahora un poster de Toulouse-Lautrec nos puede parecer una obra de arte, pero no debemos olvidar que alguna vez estuvo anunciando los eventos nocturnos del Moulin Rouge, así como ahora se anuncian actividades sociales en cualquier pared de la ciudad.

La realidad: los diseñadores no son artistas. Aunque manejen muchas técnicas plásticas, en algunos casos con la misma maestría que sus compañeros que sí son artistas, ellos no lo son. Claro que eso pesa en el ego de muchos. El pobre diseñador agacha la cabeza y se resigna a ser diseñador. Pero, ¿es tan malo serlo? Es por eso que el diseñador es el mayor culpable de esa “enfermedad sin cura”. Porque no ha sabido poner los pies en el suelo y estar a gusto con su lugar. Se autosubordina, ignorando la “horizontalidad” actual, en la que cada cual tiene su labor sin que sea superior o inferior a ninguna otra. Y porqué no, así como Don Norberto es asesor de empresas en cuestión de imagen corporativa de día y poeta de noche, el diseñador puede ser esclavo del problema de día, y crearlos de noche.

Después de todo esto, ¿qué constituye el valor del diseñador? No creo que el diseño no sea una profesión, como dijera Don Norberto. Digo, si no ¿para qué vamos a una Universidad a estudiarla? Además, ser un diseñador competente hoy en día no es materia simple. Para que el diseñador no conteste las preguntas con respuestas habituales, tiene que tener las “alforjas llenas”. Cultivar su “coeficiente artístico” (idea manifestada por Duchamp en su “Acto creativo”) y su “coeficiente cultural” (si se puede llamar así). Es decir, nutrirse de cuanto conocimiento caiga en sus manos. Como dijo acertadamente Chaves, “si en su repertorio no hay más que cuatro colores, ¿cómo pretende pintar el arcoíris?”. Y ya, si su intención es hacer algo digno de ser llamado arte, puede utilizar ese “coeficiente artístico” sumado al “vuelo poético” que requiere una obra según Chaves, no para responder preguntas, sino para plantearlas.

Y cuando nos veamos tentados a empujar el diseño hacia el arte, sólo con pensar en la jeringuilla o en el micrófono podremos salir de dudas fácilmente.


Daniela Murillo Castro

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